dimarts, 12 d’agost del 2008

EL CORAZÓN ES UNA FRUTA SILVESTRE


Hay quien defiende la posmodernidad como marco donde encuadrar las nuevas condiciones (económicas, tecnológicas, sociales, etc) de la vida en sociedad. También quien reivindica la Ilustración como inicio de una modernidad que aún sigue en pie, a pesar de estas nuevas condiciones, o precisamente gracias a ellas. Y más personas todavía no piensan su existencia ni en términos posmodernos ni en la continuidad o interrupción de los valores de la Ilustración, sin perjuicio que unos y otros den una explicación coherente y consistente a las actuales circunstancias.

La razón, básica y sustancial, para este último caso es la condición histórica, principalmente europea, occidental, que emerge de la disyuntiva modernidad y posmodernidad. Aunque cabe señalar que gran parte de la población europea tampoco rige su vida por las etiquetas ─ tan vulgarmente ─ aquí reseñadas.

Existe la tentación ─ un vicio académico, sin duda, una lucha estúpida con título universitario ─ de malgastar fuerzas para tratar de identificar qué etiqueta se adecua más correctamente a la realidad, como si ésta fuera un pie al que, con calzador, se le hace sangrar sólo para comprobar que zapato le queda mejor. Y mientras la sangre corre sobre la piel desgarrada, se escuchan voces airadas a favor de un zapato o de otro. Y entretanto, el pie, herido y dolorido, pisa desnudo sobre tierra desconocida.

Es cierto que la forma de concebir la propia vida viene, en gran medida, determinada por las condiciones materiales de existencia. Sin embargo, existe una separación, que no deja de ser una especie de fraude conceptual, al representar las condiciones materiales de existencia como algo distinto y separado de la propia vida. Si uno vive como un obrero, como un profesor de secundaria o como el Rey de España, es evidente que su manera de ver el mundo va a estar muy ligada a sus posibilidades materiales y culturales. Por tanto, nada puede darse por descontado en un mundo donde tenemos dos variables independientes, factor económico y cultural, y toda una serie de variables dependientes, como son tantas personas como hay en la faz de la tierra. De manera desvergonzada y sincera, lo dicho hasta aquí se limita a recordar que las etiquetas y clasificaciones tienen la carencia de ser estáticas, inmóviles, fotográficas, por lo que su aplicación resulta en ocasiones impúdica, falsa, torpe y poco fiable. Y sin embargo, necesitamos de estas etiquetas y clasificaciones para orientarnos, para entender y en especial para entendernos. Es un sentido gregario, que por inevitable no debe ser olvidado.

El corazón es una fruta silvestre que devora almas, y a veces, no escupe ni una migaja de bondad, de esperanza, de amor. Y después de su hambre feroz, todo lo que queda son las miserias y despojos humanos, las tristezas, las amarguras, y el corazón parece que cuanto más almas come, más delgado y paupérrimo se encuentra. Es por eso que cada vez se conforma con una mierda de peor calidad, una bondad que ya no es tan pura, una esperanza que creció contaminada por insecticidas, un amor que ya no es amor si no la excusa del desengañado para creer, del condenado que camina por la tabla sin mirar las aletas de los tiburones.