dissabte, 18 d’octubre del 2008

Sobre las asambleas


Los proyectos colectivos tienen un no sé qué de reto que inexplicablemente, a la vez que seducen, queman. Es como si fueran aquellas lamparitas para matar mosquitos: tú eres un mosquito fuerte y sano, lleno de esperanzas e ilusiones, y para nada quieres que te achicharren, pero ves una lucecita así, brillante, de color lila eléctrico (lila eléctrico, un color que no te engaña, te está diciendo: acércate y ya verás…), y tú no puedes más que acercarte, por que… porque… al carajo si sabes por qué, tú sólo te acercas, y cuando ya estás cegado de lila eléctrico, ¡plof! Entonces te quemas.

Los proyectos colectivos son algo así como lamparitas mata mosquitos. Con la única diferencia de que la atrayente luz lila, en los proyectos colectivos, son asambleas donde se discuten los pormenores de cualquier cosa, hasta la más insignificante, que a veces uno piensa: “¿Será posible que estemos quince personas votando si compramos o no una lamparita matamosquitos?”. Pero así funcionan las asambleas: todo el mundo debe expresar su voz y voto, porque por algo es un proyecto colectivo. No es exagerado afirmar que hay procesos asamblearios sobre como debe funcionar una asamblea, con lo cual se produce una meta asamblea… Aunque eso lo vamos a dejar para los ya iniciados.

Otra cosa que uno pronto aprende en las asambleas, es que siempre, siempre, debe haber un tocapelotas… Si catorce personas votan a favor de exterminar los mosquitos, siempre aparecerá la voz discordante que hable sobre el respeto al reconocimiento de los derechos universales de los mosquitos a seguir sus instintos naturales, esto es, chupar sangre. Y así, de los catorce que daban por hecho su voto a favor de eliminar los mosquitos, cuatro cambiarán de opinión y dos expresaran sus dudas. Obviamente este es un ejemplo muy tonto, y por eso mismo, acertado sobre lo que ocurre en las asambleas.
Sin embargo, hay que puntualizar que cualquiera puede ser un tocapelotas. Uno piensa que no, que siempre estará de acuerdo con otra persona, que nunca será ese obstáculo insalvable entre la asamblea y el consenso global… Hasta que simplemente ocurre: expresas una opinión que nadie secunda. Es más, todo el mundo, más abiertamente o menos, se muestra en contra de tu opinión. Y ahí se presentan dos opciones, de diferente interpretación dependiendo si eres tú o es otro quién ocupa el papel de tocapelotas:

Una opción es aceptar que puedes estar equivocado en tus posicionamientos. Esta opción es la que todo el mundo espera de los demás cuando son ellos los que se resisten al consenso, esto es, a dar su brazo a torcer. Pero cuando es uno mismo quien se encuentra en el lugar del tocapelotas, ah, entonces, ¿quién es el guapo que se baja los pantalones? O mejor, ¿quién es el guapo que resiste ante la presión del grupo, fiel a sus ideas?

Y esto nos lleva directamente a la otra opción: mantenerse fiel a los principios, a sabiendas que eres el toca pelotas. Entonces, compruebas que, en ocasiones, es la mayoría quien se equivoca. Y que la mayoría de veces te equivocas tú.

Claro que también hay asambleas que han logrado organizarse mucho mejor, como aquellas en las que un miembro ya tiene asignado a perpetuidad el papel de toca pelotas, lo cual facilita mucho las cosas. Eso sí, tiene que ser un miembro que dé juego, no puede ser un tipo tímido y callado porque eso, cae de maduro, no da juego. Un tocapelotas tímido y reservado es como un partido de básquet donde jueguen los Globber Trotters contra José María Aznar atado de pies y manos sobre un volcán en erupción de magma hirviendo: simplemente, no da juego.

El tocapelotas, en el fondo, tiene que ser una persona pasional, que crea en lo que dice firmemente, pero que esté dispuesto a escuchar las opiniones de los demás. Un tocapelotas que dice ‘esto o nada’, no es un tocapelotas, en mi opinión, es un tío que quiere desaparecer de las asambleas y no sabe cómo. Además, el tocapelotas tiene que ser, en una asamblea, como las sillas o el tabaco: no puede faltar nunca. Una silla no puede amenazar de irse, un tocapelotas tampoco.

Los proyectos colectivos tienen algo de reto, pero sin duda hay retos más difíciles, como pasear por el centro de Barcelona sin aparecer en la fotografía de algún turista.

dimecres, 8 d’octubre del 2008

Serie A



Christian Abbiati, el portero del Milan que jugó la temporada pasada en el Atlético, ha salido del armario político. Siempre fue fascista en privado, pero ahora, tras confesar en una entrevista que, aunque rechaza "las leyes raciales y la alianza de Mussolini con Hitler", todavía comparte los ideales fascistas de "la patria, la religión católica y el orden", es ya un fascista en público.

Abbiati es algo así como el nuevo Di Canio, aquel habilidoso extremo derecho que jugó en el Lazio y después en Inglaterra, donde sus éxitos con el pie apenas consiguieron disfrazar su cabeza exaltada. Se dice que el calcio ha sido siempre silenciosamente de derechas, como sus ultras -salvo excepciones como la del Livorno (y Cristiano Lucarelli)-, y en estos extraños tiempos que vive Italia, en los que incluso ministros como Ignazio La Russa se atreven a celebrar el día de la República lanzando proclamas revisionistas, la barra libre parece haberse abierto para todos.

"Los futbolistas saben que, con el viento que sopla en la Italia actual, declarar esa verdad no supone ya un peligro para sus carreras", ha escrito esta semana La Repubblica. El ejemplo de Abbiati, que además guarda una estatua de Mussolini en su casa, es especialmente curioso porque el portero es un habitual entre los líderes de Cuore Nero, sucursal neofascista de culto para los ultras del Inter, el eterno rival. ¿Qué pensarán de eso los tifosi del Milan? De momento, solamente en Zúrich, donde el equipo jugó en la Copa de la UEFA el jueves, el portero fue recibido con pancartas de protesta.

Pero su caso está lejos de ser único. Hay varias figuras del calcio que han sido asociadas al fascismo. El más conocido es Gianluigi Buffon, portero del Juventus, que fue denunciado por la comunidad judía de Roma por llevar la camiseta con el siniestro número 88 que remite al funesto Hitler. "No lo sabía", dijo, aunque luego escribió en otra camiseta el eslogan mussoliniano, Boia chi molla (A la guillotina el que se rinda) y, durante las fiestas de celebración del Mundial de 2006, se presentó con otra pancarta polémica, Fieri di essere italiani (Orgullosos de ser italianos), cruz celta incluida.

Entre los fascistas por azar se encuentra el madridista Fabio Cannavaro, capitán de la selección, que hizo ondear una bandera italiana con un signo fascista. "No soy un nostálgico, pero no soy de izquierdas", jura ahora el napolitano, que en 1997 promocionó en la radio las colonias de verano Evita Peron, gestionadas por la derecha radical. Según su representante, Gaetano Fedele, fue "instrumentalizado sin saberlo".

Otro portero, Matteo Sereni, salido de la muy derechista cantera del Lazio, juega hoy en el Torino y duerme con el busto de Mussolini sobre la cabecera de la cama.

En Roma, los expertos han notado un peligroso contagio entre la curva neofascista y algunas jóvenes estrellas locales. Daniele De Rossi, mediocentro y capitán cuando falta Totti, simpatiza con Forza Nuova. Su colega de puesto y selección, Alberto Aquilani, colecciona bustos del Duce y comulga con la corriente xenófoba que aqueja al país: "Los inmigrantes son un problema".

Esvásticas en los estadios, episodios racistas en los partidos (seis en la última temporada) y jugadores negros insultados por los defensas los hay en muchos sitios de Europa. Pero Mario Balotelli, la espigada y potente promesa del Inter, italiano negro de origen ghanés, sabe que el fascismo fue inventado en Italia, como comprobó en un partido contra los juveniles del Ascoli. "Desde el principio hasta el final, me estuvieron diciendo: 'No hay negros italianos'. Era el eslogan de los fascistas. Me quería ir del campo", recuerda.

Pero, ya se sabe, el fútbol mueve montañas. Quizá por eso Ricardo Quaresma, el extremo portugués de etnia gitana que ha llegado del Oporto al Inter de la mano de su paisano José Mourinho, fue recibido por docenas de tifosi interistas cuando llegó al aeropuerto. Semanas después, los Cuore Negro han festejado con pintadas racistas la muerte de un gitano rumano de 14 años en un incendio fortuito.
esto está aquí

También está Luciano Moggi, exdirector general de la Juventus de Turín y principal responsable del escándalo de fraude deportivo conocido como Calciopoli o Moggigate, que ha declarado que en el mundo del fútbol no hay homosexuales, ya que uno que es gay "no puede ser futbolista" y que él es contrario a que estén en los equipos. "En el fútbol no hay homosexuales. Yo no sé si los jugadores están en contra de tenerlos en los equipos. Yo, por supuesto, que sí". Y Fabio Capello que echa de menos el "orden riguroso que dejó Franco", y Sinisa Mihajlovic haciendo apologia de Arkan, un líder paramilitar serbio caído.

En La Liga lo que pasa es que no han salido (todos) del armario político porqué las heridas de la guerra civil aún supuran, no como en Italia que entre la mafia/camorra, la Liga Norte, Berlusconi y sus canales, los fashionetti y la gente de bien aún se estan dando de ostias como si fueran los tiempos papales (si es que no lo han dejado de ser) y dan pie a eso, a que los Abiatti y cia. se salgan. En La Liga BBVA (nombre acutal) destacan Salva Ballesta, Javier Arizmendi y algun otro más, a parte del (ex-)cuñadísimo de Joan Laporta, Alejandro Echevarría, metido en la Fundación Franco. También está la antitesis salida del armario: Oleguer Presas. Pero por suerte esto de momento no es tan jodido como Italia, pero tiempo al tiempo.

dimecres, 1 d’octubre del 2008

La Vaga

Feia molts anys que no es feia i guanyava una vaga "ofensiva" en aquest país, darrerament totes les vagues eren "defensives", per evitar que treiessin drets o avantatges que ja hi havien.