dissabte, 14 de febrer del 2009

Esperanza




Dice la sabiduría popular que la esperanza es lo último que se pierde. Esto es sabido por todos, pero lo que pocos conocen es el añadido que, no sin retranca, se suele pronunciar con la boca pequeñita: que la esperanza es la peor de las torturas, puesto que alarga el sufrimiento hasta el infinito.

Corren tiempos complicados. Tiempos oscuros, días que no parecen llevar a ningún futuro, a no ser que entendamos por futuro la próxima declaración de la renta, al próximo pago de la hipoteca, al día en que los niños son mayores y se marchan de casa, al día en que los padres son tan mayores que también se marchan de casa.... Y solamente los ingenuos y los malintencionados pueden creer de veras que el nuevo Mr Danger, el señor Obama, traerá la solución adecuada tatuada en su piel, es decir, en su pigmentación ─no nos engañemos─ ni tan oscura ni tan mágica.

Pero, por otra parte, el uso y abuso sin límites de la crítica tiene un componente desmovilizador, un elemento que paraliza ya que, si nada sirve, si el mundo es mundo desde los primeros albores de la vida y así seguirá por los tiempos de los tiempos, ¿para qué perder energías tratando de cambiarlo? ¿para qué romperse la cabeza, ideando luchas, resistencias y proyectos que ─en el mejor de los casos─ no explotaran en nuestras propias manos?

La respuesta a esta sinrazón no la encontraréis en Lefa en el Llit. No es nuestra misión predicar soluciones: nosotros, en todo caso, somos más de rezar, cada cual a su particular divinidad. El becario, posiblemente, rece a Quentin Tarantino, y el señor Pitu, posiblemente, dedique sus oraciones a su único dios verdadero, que poderoso caballero es Don Dinero.

Yo, por mi parte, me encomiendo a Scarlett Johansson, mi diosa de la fertilidad, y a Jack Daniels, mi dios de la impotencia. Así compenso lo uno con la otra.

En fin, corren tiempos complicados, confusos. Perdonad mi insistencia, no quiero crear alarma social. Para tal fin, ya están los informativos ─por llamarlos de algún modo─ de Antena 3, expertos en recordar al españolito medio lo miserable de su existencia, combinando en tan sólo veinte minutos noticias de sucesos escabrosos con publirreportajes sobre pijadas propias de muchimillonarios; los robos, la violencia de género, la inseguridad ciudadana con las no menos alienantes pasarelas de moda o las convenciones tecnológicas que poco o nada interesan a nadie. Antena 3, en cierto modo, convierte al españolito medio en el miedo del españolito.
El juego de palabras es mío.

En Nou barris, distrito ─todavía─ obrero, que parece que nos da vergüenza tal calificación, maldita sea, nos estamos acostumbrando a que en las puertas de las panaderías haya personas pidiendo limosna, solicitando unos céntimos por caridad. ¿Qué decir? Cuando en un barrio currante y popular hay personas que mendigan, podemos afirmar, con un pequeño margen de error, que los tiempos son chungos, chungos de verdad.

Pero yo os digo:

La pobreza no es vileza. No somos lo que tenemos, no somos lo que podemos comprar, no somos lo que Antena 3 afirma que somos. La contradicción entre la supraestrucura y la infraestructura es sólo un ejercicio intelectual, la separación que un día apareció en ciertos ambientes filosóficos, seguramente con René Descartes a la avanzadilla. Separaron cuerpo y alma, el eje de coordenadas X del eje de coordenadas Y, y ahí empezamos a creernos la mentira. El materialismo es importante, sobretodo si no tienes un lugar donde pasar la noche, y demonios si la espiritualidad NO es importante, sobretodo si a tus acreedores les sirve un aval bancario firmado por Santa Rita, patrona de los imposibles.

Y, en verdad, yo os digo:

Llegará el día en que los niños volverán a jugar a la peonza en la calle, mientras brille el sol de la tarde y las niñas jueguen a las gomas, presumidas y hermosas; llegará el día, por ejemplo y resumiendo, en que Juanito, recién cumplidos los diecisiete años, irá a buscar a Gemma a casa para ir juntos al cine o a fumar porros al parque (tanta precisión no tengo), un domingo por la tarde que podría ser un domingo cualquiera si no fuese porque, al despedirse, se darán su primer beso y se dirán lo mucho que estaban esperando ese momento.
Y volverán al mundo tantas imágenes bucólicas y evocadoras que los mezquinos, los hipócritas y los fascistas se arrancarán los ojos de las cuencas y querrán bombardear los corazones de todas las buenas personas (blancas o negras, hiphoperos o punkys, sin diferencias), pero las bombas, inteligentes como sólo pueden ser ellas, dirán: lo siento, pero esta vez no.