dimecres, 4 de febrer del 2009

A la gente le gusta mucho hablar

A la gente le gusta mucho hablar. Hay quien habla de la crisis, de a quien le toca fregar los platos, del alma, de que ya no hay sitio en el barrio para aparcar el coche o afirmar cualquier cosa sobre el comunismo (a favor o en contra), o sobre Gran Hermano o Factor X o Mierda Y (dependiendo de lo que vomite la televisión los jueves a la noche), de la cuesta de enero o de las rebajas, del Barça y del Madrid, y algún valiente también habla del Espanyol, o del Sant Andreu incluso. También hay quien solo sabe hablar del amor, y se pasa el tiempo hablando de todas sus historias amorosas que acabaron mal… Lo que, en sí, es un caso muy curioso, porque nadie a quien le vayan bien los temas sentimentales se dedica a ventilarlos graciosamente por ahí. Excepto los bobos y los chulos.

También hay quien habla sólo del trabajo, y esos son los más aburridos. Aunque cuando lleguen a la jubilación, corren el riesgo de descubrir LA VIDA. La vida, amigas y amigos míos, es algo muy grande. Más grande que el rock’n roll y más grande ─no exagero─ que el facebook.

A la gente le gusta mucho hablar. Los que se creen más listos, hablan de libros, de cine, de películas de Woody Allen, de teatro, de química orgánica, de programación de páginas web ─ ésos, ésos son los más aburridos, sin duda─, de la posmodernidad, del conflicto araboisraelí,… Y casi todos, como nadie más juega a su juego y nadie les presta atención, aprovechan para decir estupideces, repetir lugares comunes que llegan desde tiempos inmemorables, y lo hacen con tal convicción, que alguien que esté distraído y de repente pare el oído en esas chácharas sin sentido, hasta puede pensar que algo hay de verdad.

Algún oyente puede pensar que resulta bastante paradójico que yo, precisamente, hable del vicio de hablar sin decir nada. No me ofendo: Joan Pere Lefa no es un ser especialmente profundo ni reflexivo. Y además no me gusta pensar en exceso.

Ahora bien, hay cosas con las que no puedo torear, ni hacerme el sordo. Son muchas y de naturaleza distinta, así que voy a poner un ejemplo. Un ejemplo, ciertamente, polémico.

Es polémico porque en estos días de furia y confusión que vivimos a raíz de la ocupación sionista en Gaza, decir una palabra a favor de los judíos puede ser entendida como un apoyo al genocidio que el estado de Israel está llevando a cabo en los territorios ocupados.

Hace un par de semanas, entre 30.000 y 180.000 personas ─según las fuentes─ nos manifestamos por las calles del centro de Barcelona para decir no a la intervención militar israelí. Digo que nos manifestamos, porque estuve allí. Había personas con eslóganes graciosos, otros que llevaban un zapato atado a un palo a modo de pancarta (en claro homenaje al periodista iraquí que lanzó su calzado a Mr Danger, que diría Hugo Chávez). Pues bien, de entre todos los gritos y protestas, hubo uno que me hizo chirriar los oídos. Ese grito era “Fuera los judíos”.

¿“Fuera los judíos”? Pero, ¿de qué mierdas estamos hablando? ¿Es mejor o peor el judaismo que el cristianismo? ¿o que el Islam? No, ni mejor ni peor. Diferentes. Y no tan diferentes como a algunos les gustaría creer: las tres religiones monoteístas son primas hermanas, o madre e hijas, descendientes de Papa Abraham, que era un señor que hablaba y discutía con Dios, como yo discuto y hablo con Pitu: en confianza y diciéndole las cosas claras. De tú a tú, así se las gastaba Abraham con Dios.

Lo que estas personas querían decir, de buena fe pero erróneamente, seguramente era: “fuera los sionistas”. Alguno, también ingenuamente, quizá pregunte: ¿pero acaso no todos los judíos son sionistas? Pues la respuesta es no, oiga. No todos los judíos son sionistas, de la misma manera que no todos los vascos son de la ETA, ni todos los nacidos en Córdoba son presidentes de la Generalitat de Catalunya.

Pero hay más: podemos ver la diferencia al revés. ¿Todos los sionistas son judíos? Pues tampoco, oiga usted: defender la creación del estado de Israel surgió sin dudarlo de grupos de judíos poderosos, pero hoy en día ─y precisamente en la Generalitat y medios afines podemos encontrar muchos ejemplos─ los defensores del estado de Israel no se limitan a las personas que profesan el judaísmo.

Porque, no lo olvidemos, el judaísmo es una religión. Una religión de donde han salido grandes pensadores, como Karl Marx, Sigmund Freud o Woody Allen, entre muchos y muchos otros. Aunque, todo hay que decirlo, muchos de ellos no creían en Dios, es decir, en su Dios (que por cierto, es el mismo dios de los cristianos y de los musulmanes, el dios que hablaba con Abraham). Pero ésa, sin duda, es otra historia.

Hay quien dice que las religiones son las causas de las guerras. Que el conflicto arabo israelí es a causa de la religión. Esa es una falacia, una mentira, una estupidez que algún día en Lefa en el Llit nos encargaremos de desmontar. Pero hoy no.

Sólo diré, para acabar, que el dios de Sharon y Olmert, el dios de Aznar, Franco y Rouco, el dios de George W. Bush y de Bin Laden, es el mismo dios.